domingo, 21 de febrero de 2016

Oasis.


La última etapa de mi viaje me llevó a un lugar mágico rodeado de miles de millones de granos de arena.  Mis acompañantes han decidido descansar un rato y yo me he parado a contemplar la inmensidad que nos rodea. Estamos casi al límite de desfallecer y  sin embargo una fuerza extraña nos empuja a seguir.
Todo es quietud y calma en este desierto en el que me encuentro. El Sáhara Toda la paleta de colores cálidos se abre ante mis ojos como cálido es el aire que se respira. Sólo hay arena, dunas  y sol.
 Huele a calor y a crema protectora. El agua de las cantimploras está a punto de ebullición y nuestras pupilas dilatadas ya  no pueden con tanta luz.


Un sol inmenso redondo y naranja que lo quema todo, que no te  permite mirarlo cara a cara y que se alza majestuoso en mitad de este inmenso mar de arena. El aire es denso, espectral y me asfixia. No hay vida… Y en mitad de esta tumba se alza ante mis ojos como un gran espejismo, un oasis.  




Con la alegría en nuestros corazones y energías renovadas nos dirigimos a nuestra tabla de salvación.
Ahora todo ha cambiado. Todo es verde. El agua refresca mi garganta, mi sed se calma y me tumbo a descansar y contemplar este milagro.
Aquí  se puede respirar, hay animalillos que vienen a beber. Los árboles me protegen del sol abrasador y el aire de repente se ha vuelto respirable, fresco, agradable y limpio. El Sáhara te sorprende siempre. Es inimaginable pensar que pueda haber un lugar en el mundo con tantos contrastes: Los colores han pasado de cálidos a fríos. Hay vida en mitad de la desolación.
Mi ánimo se calma y por fin duermo arropado por este vergel que me cobija.  



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